
En una de mis derivas por Italia me encuentro con una sugerente imagen: una bicicleta atada a la señalización de la calle «Antonio Gramsci», de fondo un automóvil y detrás de mí una turba de peatones a la espera del semáforo verde. La escena me hace recordar la célebre frase de Gramsci: «Pessimismo dell’intelligenza, ottimismo della volontà», me entusiasmo y le hago una foto mientras espero al semáforo para cruzar la calle.
Al cambio de luz del semáforo avanzamos todos, peatones por el rayado, ciclistas y automóviles por la calzada. De pronto, un automóvil se asoma avasallante al cruce buscando el paso entre los que cruzamos la calle y casi impacta un ciclista… Unos metros hacia delante, otro ciclista que circula por la calzada era increpado por el conductor de un automóvil que le gritaba «¡spostati!» (¡quítate!), acto seguido el ciclista sube a la acera y comienza el enfrentamiento con los peatones.
Historia recurrente de disputas en el espacio de la acera y la calzada; todos reclamamos un espacio en la calle, pero no nos reconocemos como ciudadanos, no caemos en cuenta de que al margen de las disputas han sido el propio sistema de infraestructura y las políticas de movilidad los que definen una barrera invisible, que nos encierra y somete permanentemente al enfrentamiento; mientras tanto vivimos subyugados a la supremacía del automóvil.
En la calle se perpetúa la rivalidad entre peatones y ciclistas; los automóviles llevan la delantera: la calle es del automóvil. La lógica de las grandes avenidas y de algunas calles va en relación a la función, acondicionar el espacio para el paso vehicular. El problema al que nos enfrentamos es que la infraestructura viaria, tal y como la sufrimos hoy día, fue dimensionada para el automóvil en una época en la que se creía en el desarrollismo y la velocidad como los motores de una sociedad avanzada. Las ciudades se expandieron y se reformaron a escala de aquellas nuevas formas de movilidad.
Las soluciones para acoplar distintos tipos de movilidad —la del peatón, la del ciclista y la del automóvil— dentro de núcleos urbanos y ciudades, pasan por complejas reformas de estructura, educación, normativa y leyes. En este universo de necesidades y deberes, uno de los elementos clave es acercar las velocidades a un punto de convivencia donde los riesgos asociados con el automóvil disminuyan considerablemente. El acercamiento es convivencia y civismo. Nuevamente, ¿es el pesimismo de la razón o el optimismo de la voluntad?
Por otro lado, el quid de la cuestión está en el ejercicio de la ciudadanía a través de la reconquista del espacio público. La frase de Gramsci «pesimismo de la razón, optimismo de la voluntad», nos lleva a reflexionar sobre las posibilidades de enfrentar la realidad con la acción. Como argumenta Antonio Negri sobre este aforismo: «racionalmente, no hay nada, o poco, que hacer, pero intentémoslo de todas formas» (Negri, 2006).
Intentar cambiar el sistema de movilidad supone ideología y ciudadanía. ¿Qué ideología? La ideología de una movilidad sostenible (o de menor impacto en el medio ambiente) que permita la vida en una ciudad amable, que no atente contra la salud y la integridad física de las personas; una ideología de planificación que proyecte infraestructuras capaces de facilitar el acceso y la movilidad a todos los ciudadanos, considerando que las barreras no son únicamente arquitectónicas o de dimensiones, también son sociales. Ideología y ciudadanía de personas (instituciones, sector público y privado, colectivos, organizaciones, activistas —todos compuestos por personas—) que intentan, con sus acciones, hacer de la sensatez realidades.
El optimismo de la voluntad es cuestión de cultura ciudadana, manifiesta en la ocupación del espacio público a través de los derechos del peatón y del ciclista frente a lo desproporcionado de la contienda que supone la convivencia con el automóvil en la ciudad. Practicar la ciudadanía es un derecho y un deber para reconquistar la ciudad, entre otras formas, caminando o en bicicleta. Practicamos ciudadanía cuando exigimos que se reduzca la velocidad de los automóviles en los centros urbanos y que las calles sean lugares de convivencia ciudadana. Al fin y al cabo todos somos peatones y en una ciudad amable cabemos todos.
¡Intentémoslo de todas formas!
Sabrina Gaudino Di Meo | @gaudi_no
Notas:
- Negri, Antonio. (2006). Fábricas del sujeto. Ontología de la subvención: antagonismo, subsinción real, poder cotituyente, multitud, comunismo. (pp. 295). Madrid: Akal.