Hace unos meses, la organización «Una Sampablera por Caracas» hizo un llamado a participar en el «1er. concurso anual de ensayos Política vs. Ciudad». La propuesta del concurso «¿Política vs. Ciudad? Cómo civilizar/urbanizar la política a partir de la ciudad» buscaba generar reflexiones sobre el tema político en el escenario venezolano, basado en el análisis de las relaciones entre la política y la ciudad. Así que me presenté con este ensayo que resultó ganador del tercer lugar. Les comparto mis reflexiones sobre un tema que, aunque enfocado en un contexto, bien podría extenderse de forma general a otras localidades, porque el espacio público es uno de los derechos urbanos.
La reflexión sobre cómo abordar un rescate de lo político desde la ciudadanía confluye necesariamente en acercar los conceptos a través de las relaciones que se producen entre estos como fenómenos interconectados. Los conceptos de política, ciudad, ciudadanía, derecho, urbanismo y civilización son interdependientes y correlativos; no es posible hablar de ciudad sin remitirnos a las políticas que afectan el espacio urbano y a los ciudadanos o hablar de urbanismo sin obviar que es el producto de la interacción entre la política y la economía, como tampoco hay política sin ciudadanía ni derechos sin ciudadanos. La visión sobre lo urbano es multifocal, por tanto, hablar de “civilizar la política” nos remite a repensar los parámetros que definen los marcos sociales, políticos y económicos. Estos parámetros son los que han urbanizado el territorio a partir de modelos que se muestran cada vez más caducos e insostenibles y que han deshumanizado la política y la economía, con incidencia en la transformación de las ciudades en espacios cada vez más hostiles y precarios. Sin embargo, también hay que hablar de deberes, y en este sentido los ciudadanos tenemos la responsabilidad de reivindicar el espacio público como lugar de encuentro, de reclamar la ciudad como el territorio de lo común. Si bien es cierto que como ciudadanos estamos cada vez más desconectados del poder, el conocimiento de los derechos y la exigencia de estos, así como la apropiación del espacio púbico -como el gran soporte de lo social y político- podrían definir el camino hacia una nueva «civilización de la política».
La historia no nos defrauda cuando nos recuerda los procesos de humanización a los que se han sometido, entre otros ámbitos, la política, la economía y la urbanización. Desde la firma de la Carta de las Naciones Unidas en 1945, la Declaración Universal de los Derechos Humanos en el año 1948 y las sucesivas Conferencias en las que ésta organización ocupa y se extiende hasta la Carta Mundial por el Derecho a la Ciudad, muchos aspectos problemáticos e incluso nefastos, han podido ser modificados y llevados por el camino de la sensatez. En muchos casos la pretensión de los objetivos parece utopía, pero la implantación de estos instrumentos tiene un impacto muy positivo en el desarrollo de la sociedad.
En paralelo a estos procesos de aplicación instrumental e implicación institucional, a lo largo de la historia se han producido continuamente manifestaciones ciudadanas en rechazo a la precariedad que ha impuesto el sistema económico y la indolencia del brazo político, bajo las distintas formas del poder. Sin ir muy atrás en el tiempo recordamos el Mayo francés en 1968, como un ejemplo de acción ciudadana con la apropiación del espacio público que propuso, a su manera, una brecha para la negociación entre ciudadanía y poder. En un sentido general, este hecho marcó un antes y un después en la historia occidental en relación a muchas cuestiones sociales, a pesar de que en cuanto a lo económico y político no tuvo repercusión, tuvo sin embargo, una implicación cultural que propició el debate y el cuestionamiento sobre la libertad y los derechos, las prohibiciones y los tabúes sociales. Como postula Alain Touraine: «a partir del Mayo francés la cultura invadió a la política» (Subosky, 2008). Es a partir de ésta premisa que se hace evidente que las acciones ciudadanas en relación a la exigencia de derechos, la apropiación del espacio público en sus distintas formas de ocupación, las luchas y los movimientos sociales, el debate y la reflexión activan procesos de cambio y de «civilización de la política», bien de forma superficial o profunda, extensiva o expansiva, latente o expresa.
Por otra parte, en la construcción de ciudades la política y la economía han impactado en las formas urbanas y en el territorio. El final del siglo XX fue un período convulsionado para el urbanismo, la resaca del desarrollismo y la euforia del fordismo dejaron a muchas ciudades padeciendo de problemas de movilidad e inseguridad, ausencia de espacios públicos y zonas verdes, entre otros que afectan la calidad de vida de los ciudadanos. Estos problemas ya calaban lo social desde principios de siglo y esto se refleja también en la Carta de Atenas, un manifiesto urbanístico ideado en el marco de la CIAM en 1933 y publicado en 1942, desde el que se ilustró el ideal de ciudad individualista, segregada y fundada en una sociedad de consumo. En la actualidad estos problemas siguen estando presentes, incluso acentuados y de forma global. Las reflexiones y críticas se han abordado desde distintos campos del pensamiento, por ejemplo: desde la Internacional Situacionista, que en la sexta edición de su revista lanza una dura crítica al urbanismo, por ser éste un potenciador de la fragmentación social y destructor de las relaciones humanas y de la vida urbana. Otro ejemplo viene desde el activismo periodista en el semblante femenino de Jane Jacobs, quien se convirtió en la imagen de la anti-planificación con su crítica al nuevo urbanismo y que desde innumerables trabajos sobre las ciudades, sus vecindarios, sobre la economía local, los usos combinados o la planificación participativa entre otros, ha sido un referente imprescindible en el bagaje teórico y practico del análisis para las formas reivindicación urbanística.
La apropiación del espacio público es un acto de civilización, se produce de muchas formas y una de ellas es desde el activismo social. Este modo de acción, desde la sociedad organizada, es potenciador de cambios de los modelos urbanos y de las políticas sobre el territorio. Este fenómeno de apropiación fue uno de los argumentos que Lefebvre proponía como el camino que conduciría a los ciudadanos a recuperar la propiedad de la ciudad, a ser dueños al tiempo que actores. Cuando se produce la primera crisis del petróleo en 1973, las ciudades pasaban por varias crisis relacionadas con lo económico y político, además toda la infraestructura viaria y de alta velocidad que se desplegó gracias al fordismo hizo mella en la calidad ambiental y física de muchas ciudades: la contaminación producto del tráfico en las ciudades, la elevación de los accidentes viales al grado de mortalidad, la primacía del vehículo a motor en las calles que segregó al peatón del espacio público. Este escenario se repite desde la mitad del siglo XX en todas las ciudades del globo y hasta hoy permanecen, aunque se han dado casos ejemplares de toma de conciencia. El caso de Holanda, por ejemplo, donde el Gobierno impuso el ajuste del consumo energético a raíz de la crisis energética del 73. En este mismo país, en el año 1979, la movilización ciudadana consigue la modificación de las políticas sobre movilidad; la sociedad civil holandesa se organiza para manifestarse de forma masiva en distintas ciudades del país en contra de las consecuencias negativas de la motorización de la ciudad. A raíz de esto, consigue que el Gobierno aplique un plan de seguridad viaria y un nuevo modelo de movilidad basado en la bicicleta. De esto habla Lefebvre cuando refiere que la apropiación de la ciudad es un acto de revolución, y la ciudadanía se adueña del espacio público también cuando protesta.

De los conceptos a las relaciones
Una de las definiciones de política que nos ofrece la RAE pone como actor principal al ciudadano: la política es «la actividad del ciudadano cuando interviene en los asuntos públicos con su opinión, con su voto, o de cualquier otro modo». En este sentido, el ciudadano cuando ejerce la acción política interviene, participa y se implica en lo que de forma inmanente es un deber y un derecho.
Se parte del concepto de política sobre el espacio urbano, porque nos acerca a comprender que la relación entre política y ciudad está, por un lado, en los agentes de poder que inciden en el espacio de lo común, y por otro en la acción ciudadana. La conciencia de ciudadanía define el carácter urbano y a través de ésta condición se entiende que los distintos órganos del cuerpo urbano componen un todo social: ciudad, ciudadanía, política, economía, ideología, cultura e historia. Por otro lado, el concepto de política también posee una carga ideológica, como manifestación de la complejidad social en relación con la diversidad, por tanto este es otro aspecto que relaciona la política con la ciudad; no puede existir un pensamiento homogéneo en una estructura heterogénea compuesta por lo multidimensional (social, económico, ambiental, institucional, etc.). Así como tampoco se puede obviar la carga histórica de una nación, el registro, la memoria colectiva y los hechos que se materializan en las particularidades de lo local.
La ciudad, se define por la RAE como un «conjunto de edificios y calles, regidos por un ayuntamiento, cuya población densa y numerosa se dedica por lo común a actividades no agrícolas», y también como «lo urbano, en oposición a lo rural». Sin embargo, nos queda la sensación de que según estas definiciones la ciudad es algo limitado, inerte y determinado a un uso y función estrictamente relacionado con su forma de producción. En relación a lo último, es así en parte, la ciudad es una forma de organización productiva a distintos niveles. Con la industrialización y la tecnificación de la agricultura, con el desarrollo de la tecnología y las ciencias en todo los ámbitos, y con la producción intelectual la ciudad se ha ido modificando y ampliando, definiéndose a partir de modelos cada vez más especializados. Las ciudades son el espacio de la creación, del intercambio, del encuentro, de la producción y del consumo. A lo que podemos añadir, para ampliar la definición del diccionario, lo que Edward Glaeser entiende por ciudad: «las ciudades son su gente, no sus edificios; están hechas de carne y no de hormigón» (Glaeser, 2011). Sin embargo, para Massimo Cacciari «no existe la ciudad, sino que existen diversas y diferenciadas formas de vida urbana» (Cacciari, 2010), lo que nos habla de una complejidad interconectada a partir de las diversas actividades humanas dentro de un espacio común.
La ciudadanía es una condición que reconoce en las personas los derechos que se enmarcan en un sistema de leyes, como los derechos sociales y políticos. Si bien el proceso de asunción de este concepto ha pasado a lo largo de la historia por varias etapas, es desde la ciudad romana que se conceptualiza la condición de adscripción de los ciudadanos de un lugar a las leyes que se le imponen, la civitas. Como argumenta Cacciari, el término civitas proviene del civis, que son el conjunto de personas que, reunidas en un determinado lugar, definen y dan vida a una ciudad, sin distinción de etnia, religión u origen. Es por esto que Roma surge como una ciudad global, abierta e inclusiva dada la «concurrencia y el confluir de personas muy diferentes (…) que concuerdan sólo en virtud de la ley» (Cacciari, 2010). El concepto de ciudadanía que apuntamos desde la civitas romana nos remite a una simbiosis en la que los ciudadanos (sin restricción de credo u origen) son actores al tiempo que definidores del espacio común; personas, espacio y leyes constituyen la ciudadanía, definen el espacio ciudad y se adscriben a un marco legal al tiempo que pueden, con sus acciones, modificar ese marco. La política, más allá del marco legal, es el medio que permite la confluencia de las ideas, la ciudad su soporte y los ciudadanos sus actores.
La relación entre política y ciudad no puede entenderse aislada de un contexto, de una historia, de un lugar y de su memoria; es imposible generalizar en esta relación. Sin embargo, la globalización ha construido una red de interconexiones en lo social, económico y político que hacen que todas las estructuras locales tengan dependencia de una súper-estructura global. Podemos hablar de contextos específicos, pero no puede eximirse la pertenencia a una estructura económica y política globalizada definida por lo financiero y lo comercial, por las decisiones políticas extranjeras que influyen en los mercados internos, en la movilidad, en las formas de intercambio, de producción e incluso en la información, todo lo cual define el modelo contemporáneo de sociedad. En este sentido, hablar de civilizar la política en el contexto venezolano pasa también por comprender que los procesos sociales no se producen de forma aislada, no son enteramente locales, lo que plantea repensar los conceptos de civilización y ciudad desde nuevas formas, más abiertas y desde múltiples frentes de pensamiento y áreas de trabajo.

Ciudad, política, urbanismo y derechos
Uno de los principios que hilvana la relación entre la ciudad y la política es el de los derechos, y es a través de la política que se plasman los modelos de ética y de derechos humanos. Al mismo tiempo, la política tiene como soporte inmanente el espacio común de la ciudad; ésta es el lugar donde se edifica y manifiesta su modelo. La relación es sinérgica, pues de la interacción de estos tres aspectos se constituye la ciudadanía dentro de un tipo de ciudad (generado a partir de un modelo urbanizador) de acuerdo a un modelo político, que a su vez generará unas relaciones particulares y afines. El derecho a la ciudad, como argumenta David Harvey, es uno de los derechos colectivos desde el que es posible «cambiar y reinventar la ciudad desde nuestros deseos» (Harvey, 2013). Harvey entiende que el derecho a la ciudad es un potencial de cambio del modelo urbanizador; proceso al que se somete el territorio y la ciudadanía a partir del engranaje económico y político. Este proceso urbanizador establece una estructura de clasificación y dentro de ésta existe implícita la estratificación social.
Estratificación, urbanización y derechos son aspectos que vienen determinados por los modelos políticos y las estructuras sociales, al tiempo que definen un modelo de ciudad y de formas de relaciones con el espacio público y privado. La ciudad es parte de un sistema de estado que se organiza en estratos sociales dependientes de la riqueza, del poder, de las oportunidades y los privilegios heredados o adquiridos, y que al mismo tiempo tienen una implicación con la política. Este enfoque antropológico de la organización social, nos ofrece una concepción de política que se relaciona directamente con el poder en sus distintas variaciones y según las formas de organización y estratificación social (Kottak, 2011).
Si la política es el producto de una sociedad estratificada con base en el poder, la civilización, entendida como educación o «elevación del nivel cultural de una sociedad», debe alcanzar a los distintos elementos que componen lo social, pero sobre todo debe llegar al poder. La política es un aspecto poliédrico y sus distintas facetas están interconectadas, son interdependientes y dinámicas. El poder, con su capacidad y autoridad sobre lo social es la plataforma desde donde iniciar la reconciliación entre las esferas de lo económico, lo político y lo social. El poder de la ciudadanía está en las formas de civilizar, como un proceso de domesticación de cualquier aspecto que se opone a ciertas condiciones esenciales, que están definidas en el marco social, político y económico. La ciudadanía ejecuta la acción de civilización.
Con este precedente conceptual y en relación a la premisa «civilizar la política», surgen una serie de preguntas: ¿de qué se trata civilizar la política? ¿cómo puede producirse la aplicación de un concepto sobre el otro? ¿cómo se manifiesta tal integración?.
Teorizar sobre cómo civilizar la política nos remite a comprender la complejidad de la ciudad, su historia y los procesos de formación y de transformación. La ciudad es una construcción colectiva indisociable de las estructuras políticas, económicas y culturales. En este sentido, la civilización de lo político es la construcción de una ciudad de forma estratégica con un proyecto colectivo que comprende lo multidimensional y la diversidad, al tiempo que posee la flexibilidad de reajustarse en el tiempo para adecuarse a nuevos retos y a nuevos escenarios. La ansiada utopía de lo común y la lucha por el derecho a la ciudad se proponen como imperativos en una sociedad fragmentada: Por tanto, todo aquello que refiera inclusión y reconciliación se convierte en la clave para encaminarnos hacia cuál debería ser el horizonte y plantear ¿cómo actuar? y ¿qué dispositivos se deben activar?

Venezuela y los espacios de la civilización política
Una conversación entre personas de origen venezolano fuera de su país, la mayoría de veces, está relacionada con la situación política y social. En el propio país, la política es el plato principal de la crítica, constituye el grueso informativo y casi todo el soporte discursivo del día a día. Dentro y fuera de Venezuela la política se ha convertido en un punto de coincidencia, de encuentros y desencuentros que, para bien o para mal, ha visibilizado un umbral en el que se construye y se reafirma nuestra identidad.
Sin embargo, el debate político debe dejar su focalización en lo vacuo de las confrontaciones del cómo sustituir un color por otro y, en cambio, encaminarse hacia la cooperación entre los distintos para resolver los problemas de los ciudadanos. Aunque la premisa se plantea como un reto, la propia ciudadanía debe empezar por eliminar los colores y mirar hacia las necesidades comunes. ¿Qué necesitamos? ¿qué queremos? ¿cómo podemos conseguirlo? Los problemas que afronta Venezuela son comunes, afectan a todos sin distinciones, pero incluso las diferencias son necesarias porque construyen lo común.
Educación, reconciliación e inclusión
Uno de los caminos a tomar es la educación. Educar no como adiestramiento institucional sino desde lo social, desde las prácticas de orientación, debate y reflexión sobre los problemas que afectan a la comunidad y con miras en la búsqueda de herramientas para resolverlos; educar como conocimiento. La educación es una forma de sensibilización a la vez que descubrimiento de realidades y debe ser un proceso de intercambio de múltiples vías. Es decir, entre las instituciones, el sector público y privado, los técnicos y expertos que aprenden de la ciudadanía y de sus necesidades, al tiempo que la ciudadanía se implica con aquellos en la configuración de los modelos de gestión y producción de soluciones y alternativas. Es una fórmula que ya se aplica en sectores populares, pero con el añadido de la permeabilidad para dejar el acceso a técnicos y expertos.
Por otro lado, el interés por educar tiene que provenir también de la acción gubernamental, debe ser promovido desde los espacios del poder. Pero se hace patente que para que el gobierno actúe en ésta línea se requiere del empuje ciudadano con la exigencia de los derechos, con la apropiación del espacio público como soporte del encuentro, con la manifestación del descontento social ante la indolencia política. Como hemos comprobado en la historia, con la acción ciudadana, la participación y con los eventos de protesta, se abre un canal de negociación que pone a la ciudadanía como motor de cambio en los procesos políticos y en las decisiones de Estado. Pero también desde el aporte y la implicación de técnicos y expertos en la elaboración de propuestas que planteen formas de acercamiento entre todos los sectores. El reto de los profesionales y de los expertos está en el diseño participativo, en la planificación cooperativa e inclusiva. No se trata de cambiar la política, sino de crear conexiones y espacios de trabajo en común en los que poder establecer objetivos y estrategias en conjunto que permitan desarrollar proyectos de forma coordinada. Esto abre la posibilidad de conectar ámbitos en una misma línea, un trabajo transversal entre lo político, el sector económico, el ámbito institucional y la ciudadanía.

La participación y los modelos de regeneración urbana y social
La participación es un medio por el que los ciudadanos hacen valer sus derechos. Compone un conjunto de procesos en los que la ciudadanía implicada y organizada manifiesta lo que quiere y lo que necesita como sociedad, como colectivo, como grupo, como individuos, haciéndose visibles, evidentes e imperativos ante el poder político. Muchos de estos anhelos o requerimientos sociales tienen su referente en el espacio público y están de muchas formas relacionados. Por ejemplo, la seguridad, un derecho arrebatado a todos los venezolanos. Los problemas que afectan a la sociedad y las realidades que definen un contexto tienen una implicación con el espacio público y en las formas de relación con éste; no es posible obviar que estas relaciones son condicionantes.
Se ha hecho referencia a la seguridad ciudadana y al derecho a la ciudad con mucho hincapié porque son valores, condiciones y estados que se han ido perdiendo progresivamente en el contexto venezolano. Este fenómeno puede entenderse como una ruptura, como un proceso degenerativo en el que están conectados e imbricados lo político, lo económico, lo social y cultural. Sin embargo, en un contexto de crisis global en el que muchas de las fórmulas de reactivación y reconfiguración del espacio público y de problemas relacionados con lo social se han mostrado insuficientes, han surgido nuevos conceptos y formas de abordar estos fenómenos urbanos: la inseguridad, la privatización o ausencia del espacio público y la segregación social.
La reactivación urbana comprende un despliegue de múltiples actividades que relacionan a las personas con la ciudad, y en las que se pone en práctica la apropiación del espacio mediante el conocimiento del contexto, la memoria histórica y la revalorización de las costumbres locales para activar un espacio, mejorar sus condiciones y que éste ofrezca a la comunidad un servicio del que carecían. Como ejemplo, se citan a continuación distintos ámbitos de activación desde distintas escalas urbanas. En esta sección se han recopilado una serie de buenas prácticas que ponen en evidencia que con un proyecto colectivo que aborde los problemas desde sus potenciales de transformación en conjunto con la cooperación entre distintos actores sociales se genera una sinergia que produce nuevas formas de empoderamiento social y de reactivación socio-urbana. Los ejemplos que se adjuntan no pretenden ser mostrados como propuestas innovadoras ni mucho menos como paradigmas, sino como anécdotas que a la práctica han funcionado por su capacidad de vincular a distintos actores desde diferentes formas de enfrentar y resolver un problema en la línea de la coexistencia, y que en un contexto de crisis económica y política han conseguido abrir un espacio de visibilización y negociación.

Recuperación de solares, huertos urbanos y vacíos urbanos auto-gestionados
La recuperación de solares o terrenos baldíos, espacios en desuso dentro de la trama urbana representan un potencial para acercar a la comunidad al espacio común, el lugar de encuentro, en donde se manifiestan los derechos urbanos. La transformación de estos espacios en desuso representa toda una revolución en cuanto a la apropiación, el empoderamiento y la sinergia colectiva. Este proceso se organiza con una propuesta que elabora un equipo técnico, la cual se presenta a la administración local. Su proceso de desarrollo incumbe varias fases, como: la gestión con los propietarios de los terrenos, en la que se solicita una cesión gratuita por un tiempo determinado y para el uso público; la promoción y gestión de las formas de participación ciudadana en lo referente al conocimiento de sus necesidades, en reuniones con asociaciones de vecinos, actividades comunitarias, etc. con lo que se va definiendo una parte del proyecto. La ejecución de obra se lleva a cabo con los propios habitantes del lugar y en coordinación con el gobierno, desde el que se puede fomentar un plan de empleo para aquellas personas que se encuentren desempleadas. Los usos que se dan a estos espacios se relacionan con lo recreativo o lúdico y con formas de producción común con los huertos urbanos. De este último, es posible incluso obtener un beneficio económico local, lo que supone un valor añadido para la comunidad organizada. En el contexto español tememos ejemplos que han resultado ser buenas prácticas urbanas, algunos de estos son: «Esta en una plaza», Madrid; «El campo de cebada», Madrid; «Este no es un solar», espacios lúdicos y huertos comunitarios en solares, Zaragoza.

Habitar y el derecho viandante como formas recuperar el espacio público y la seguridad
Desde el arte, la sociología, la arquitectura, la psicología entre otros colectivos, se organizan actividades que tienen una finalidad cultural, educativa y reivindicativa. Por ejemplo: en la ciudad de Valencia, en España, se desarrolla una iniciativa que fomenta la creación de un espacio común en la ciudad que permite el encuentro y la comunicación de los ciudadanos. El colectivo Desayuno con Viandantes, a través de los medios sociales y del «boca a boca» anuncia una cita un sábado al mes para desayunar, siempre en una locación diferente de la ciudad. Cada uno lleva algo para compartir, el colectivo organizador pone la mesa y las sillas, pero si el lugar lo permite se dispone del mobiliario urbano. En Madrid, el colectivo Desayunos en la Luna también desarrolla ésta actividad en la Plaza de la Luna. Desde ambos colectivos la intención es clara, reaccionar frente a la mercantilización de los espacios urbanos, establecer el encuentro y reconquistar el espacio público. Se puede decir entonces que el activismo es una forma de ejercicio de poder. Otro caso ejemplar es el del movimiento internacional «Jane’s Walk», desde el que se organizan recorridos a pie por distintas ciudades del mundo. Cada ciudad convoca anualmente una excursión por la ciudad con la intención de explorarla, observarla, comentarla, compartir las experiencias de sus habitantes y reflexionar sobre sus virtudes y problemas. La capacidad colonizadora que tiene el caminar es abrumadora, ya desde los situacionistas conocemos la dialéctica de la deriva y del redescubrir la ciudad en el perderse por sus calles. En las urbes dominadas por el tráfico rodado, ésta iniciativa se promueve también como una rebelión contra el vehículo a motor y contra la pérdida de la calidad de los espacios peatonales.

Investigación, innovación social e inteligencia colectiva
Los proyectos antes mencionados son una pequeña muestra de la capacidad productiva del colectivo volcado a lo común. Las experiencias de este tipo no son fijas, no se plantean de la misma forma que los planes urbanísticos ni que las reformas estáticas que pretenden cubrir largos plazos. Por el contrario, en un escenario cada vez más fluctuante éstas experiencias revelan su capacidad flexible y abierta para redefinirse en cualquier momento en función de los avatares del contexto. Estos procesos son la evidencia de que es posible plantear cambios y propuestas de reactivación desde ámbitos no dependientes de las administraciones y de los gobiernos locales, aún cuando el desarrollo de los proyectos se produce con la implicación de ambos.
La investigación en estos procesos es fundamental, en lo que las instituciones se refiere la promoción, el impulso y desarrollo se vuelca como un deber en las aulas sobre los estudiantes, así como sobre los investigadores, los profesionales y técnicos que elaboran y transfieren sus ideas y experiencias al colectivo. En consecuencia, la innovación social se produce a partir de los aportes desde la investigación y la experiencia pero se supera, porque es capaz de alcanzar la fase de aplicación.
Los ejemplos expuestos definen una forma de inteligencia, la colectiva. La participación, el acercamiento a lo común, la colaboración, el trabajo en equipo con los distintos actores sociales y el encuentro de los distintos es en definitiva una forma de inteligencia colectiva. Cuando se hace referencia insistentemente a la necesidad de reconquistar el espacio público, al derecho a la ciudad se alude a una forma de civilización de la política, a una expresión de la inteligencia colectiva; es el resultado de la experimentación, del encuentro, de la reflexión, de la implicación e inclusión, de la exigencia de derechos, de la apropiación de la ciudad y de sus espacios, de la reafirmación de la identidad y de la ciudadanía.
Sabrina Gaudino Di Meo
*Este artículo es un ensayo escrito por Sabrina Gaudino Di Meo. Fue ganador del tercer lugar en el concurso «¿Política vs. Ciudad? Cómo civilizar/urbanizar la política a partir de la ciudad» convocado por «Una Sampablera por Caracas», diciembre 2016
Bibliografía
- Subosky, Carlos. (2008). Entrevista con el sociólogo francés Alain Touraine, a 40 años del movimiento de estudiantes y obreros en Francia. Disponible en: https://goo.gl/BXVsdO
- Glaeser, Edward. (2011). El triunfo de las ciudades. Madrid: Taurus.
- Cacciari, Massimo. (2010). La ciudad. (p.9). Barcelona: Gustavo Gili.
- Cacciari, Massimo. (2010). La ciudad. (pp.10-11). Barcelona: Gustavo Gili.
- Harvey, David. (2013). Ciudades rebeldes. Del derecho a la ciudad a la revolución urbana. (p.20). Madrid: Ediciones Akal.
- Kottak, Conrad P. (2011). Antropología cultural. (pp. 204-205). México: Mc Graw Hill.