El tiempo y la obsolescencia de lo construido: una deriva por El Cabanyal

En Roma, conversé con filósofos que sintieron que dilatar la vida de los hombres era dilatar su agonía y multiplicar el número de sus muertes. Ignoro si creí alguna vez en la Ciudad de los Inmortales; pienso que entonces me bastó la tarea de buscarla.  (J. Borges, 1996)

Y así, recorrimos una parte de la ciudad que intenta no desvanecerse ante el paso del tiempo; la observamos andando y retratamos sus fachadas. Capturamos algunas fachadas con velos que ocultan el misterio del envejecimiento; casas que habían pasado por las manos de varios propietarios, mostrando variopintos estilos congelados en el tiempo, con sus mosaicos y acabados combinados. Otras se erguían dignas a pesar de los años y casi al final encontramos una casita que se mantenía solemne, a la espera de un seguro derribo. Pudimos constatar que la inmortalidad de quienes habitan la ciudad no está en sus carnes sino en las capas de piedra y cemento que se mantienen en pie, en las historias, en la memoria y en los libros.

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También es justo evocar a quien con esmero dibuja los actos sucesivos de la existencia…

…el tiempo

Aquel personaje que se presenta en forma onomatopéyica como «tic-tac» y que se adentra en la calle como quien se zambulle en el agua, entre cuerpos que van y vienen a distintas velocidades, intentando, igual que todos, llegar al otro lado.

Es quizás esa prisa que induce el pavimento rayado de los cruces lo que nos obliga a correr, aunque el tiempo en sí mismo no tenga interés en perseguirnos. Pero lo hace.

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El tiempo nos corre detrás, nos pisa los talones, nos sopla su aliento detrás de la oreja, nos tira del pelo; otras veces pasa a nuestro lado haciéndonos creer que no nos sigue. Pero lo hace.

Así es como el tiempo consuma su persecución a la vida; afofando sus carnes, estriando la piel con surcos melancólicos por donde se cuelan los minutos eternos, tiñendo de cal cada hebra de melena —si es que aún queda—. Pero el tiempo no sólo persigue la vida, la obsolescencia es una de las formas en la que el tiempo consuma su poder degenerativo sobre lo corpóreo… Objetos, materiales, edificios —incluidas nuestras moradas— y los templos tampoco se salvan.

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Acompañado de otros fenómenos, el tiempo consigue agotar el lustre del mármol, oscurecer los blancos cantos de balcones y ventanas, teñir de pátina la piedra que hace de esfera en el reloj de los años. Ese «tic-tac» reverbera en las grietas del enfoscado, en el brillo apagado de los metales y los vidrios opacados de las fachadas, que a veces son capas de polvo milenario y otras veces la piel tostada que le ha dejado el sol al cristal.

El deterioro y desgaste de lo construido materializan la presencia abstracta del «tic-tac», ese infalible acorde que suena en lo que queda del pasado, a veces tambaleante y otras sostenido con muletas. Nada se salva, el tiempo se planta delante con la cruel promesa de su presencia en lo nuevo, porque aquello que hoy luce su gala de estreno tiene la condena de una cuenta atrás irrevocable.

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Derribar o reformar, borrar o redibujar, olvidar o revitalizar, ¿qué hacer con las capas de piedra, vidrio y metal que no sucumben al tiempo?, ¿y la memoria?, ¿y lo vivido?. La obsolescencia que habita en las ciudades propone la retórica sobre qué hacer con la decadencia de lo construido, la acción responsable protege la memoria.

 

Notas:

1. Borges, Jorge Luis. (1996). El Inmortal. En: El Aleph. (p.13) Barcelona: Editorial Debolsillo.

> Todas las imágenes son de mi archivo personal, tomadas en el barrio de el Cabanyal en la ciudad de Valencia.

> El Cabanyal es el barrio marítimo de Valencia (España) fue amenazado desde el 24 de Julio de 1998 por el  proyecto de prolongación de la avenida Blasco Ibáñez que pretendía partir el barrio en dos y que suponía la destrucción de 1651 viviendas. Ahora, parece que la ciudad se observa desde otro lente. En: http://www.cabanyal.com/