Globalización, ciudad y ciudadanía

En más de medio siglo de historia hemos presenciado la ampliación de las fronteras, ya no territoriales sino comerciales, la democratización de la tecnología, de la información y de las finanzas, todo lo cual configura una red supra-territorial. Las finanzas, la economía, el comercio, la cultura y la política, aún teniendo implicación local dependiente y pertinente a la soberanía de cada entidad-estado, son también parte de esa red supra-territorial que gobierna nuestro mundo contemporáneo; las ciudades y los ciudadanos componen una escala de lo global. La globalización es un término que define la diversidad de procesos que establecen entre sí poblaciones de geografías dispersas para crear una comunidad única o sociedad global.1 El término en su sentido moderno surge en los años 60 cuando se incorpora en el diccionario y veinte años después se convierte en un término asociado a la economía. De forma general la globalización posee una dimensión política, económica y cultural. En esta línea se puede hablar de economía global como factor determinante en los movimientos de población, la configuración del comercio transnacional, y la glocalización como la forma en la que se modifican patrones locales influenciados por procesos globales; la glocalización como proceso de modificación cultural en la dimensión global. Sin embargo hay que resaltar que el libre flujo es para el capital, las mercancías o los bienes y servicios, no para las personas. Lo global, en el aspecto económico, no es una dimensión que confluye en lo social de forma transversal, sino que se expresa estratificado en sentido vertical. La ciudadanía no trasciende fronteras, el derecho al libre tránsito es una utopía y la estratificación se manifiesta en las ciudades en la misma categorización de los espacios. En este escenario ¿qué es un ciudadano global? ¿es global la ciudadanía? ¿en qué sentido?

Mapa con la ubicación (puntos rojos) de McDonald’s en el mundo a través de google maps. Uso de una herramienta que nos permite estar en distintos lugares al mismo tiempo. Nótese que el significado de “estar” ha adquirido otra dimensión física.

Tomando como referente la fundación de la corporación McDonald’s (1940-1950) y su posterior expansión por el mundo hacia finales de los años sesenta podemos comprobar la transformación del período de industrialización hacia lo global y en este último el carácter ubicuo que se ha hecho patente en nuestra forma de producir y consumir. La posibilidad de obtener un producto, bien o servicio en casi cualquier punto de la geografía planetaria ha sido el modelo característico del éxito de muchas empresas y de forma paralela se ha producido una transformación del modelo económico, la cultura, la movilidad y en consecuencia también las ciudades y sus ciudadanos se han transformado. Hoy, puede usted tomarse un café en Starbucks en el centro de Viena, comerse un Big Mac en el corazón de Berlín y será invadido por un tipo de paramnesia de reconocimiento; la hamburguesa tiene el mismo sabor y apariencia que aquella que se comió el año pasado en Shanghái y el frapuccino se lo habrán servido como indica el protocolo, porque en Mumbai se lo sirvieron igual. Aunque varíe el decorado el símbolo es el mismo, la sensación de estar (habitar, experimentar) en un lugar que puede estar en cualquier otro contexto (distinto) es la misma, no es la representación y el significado de lo que se consume sino el consumo por el hecho de consumir una marca. Ser y estar han adquirido un nuevo significado, homogéneo, ubicuo, indiferente. Sobre el consumo de marcas y la pérdida del significado, Anatxu Zabalbeascoa en la conferencia “Hacia dónde va la arquitectura”2, nos habla desde hechos que se revelan en la práctica arquitectónica y esboza un escenario global donde la arquitectura deja de tener significado, pierde sus valores y se muestra ambigua. Esto según la periodista es reconocible en la industria de la moda, analogía reveladora en la línea de cómo se producen las dinámicas en ambos sectores y cómo se elaboran los patrones económicos y sociales en ambos. Cuando hablamos de consumo y de marca observamos la temporalidad fugaz de los significados, la ambigüedad de la finalidad y la función, la necesidad de sorpresa y novedad, encontramos la evidencia en la arquitectura, en sus espacios, aquellos que albergan las funciones del consumo y de los bienes o servicios. La pérdida de significado, así como en la arquitectura de las grandes obras, se imprime también en las ciudades víctimas del franquiciado. Y son víctimas porque los procesos de estandarización funcionan como verdaderos peces gordos que se comen a los peces pequeños, es un sistema que fagocita al más débil. La tienda de golosinas de toda la vida, el bar donde de chico acompañabas a tu abuelo a tomarse el espresso o la tienda de ropa de la señora Piera, han sido sustituidos por franquicias que se encuentran en cualquier lugar del mundo y el pequeño comerciante tuvo que bajar la persiana. Recordemos lo referente a la Ley de arrendamientos urbanos y el fin de la moratoria para alquileres antiguos que hizo desaparecer varios comercios históricos en Madrid y Barcelona. A partir de ahora ¿qué comercios se establecerán en la zona? Seguramente franquicias y cadenas trasnacionales. Ciudadanía global En el segundo párrafo surgían algunas dudas sobre qué es la ciudadanía en este escenario global y si se puede hablar de ciudadano global a qué nos referimos. La ciudadanía es la identidad asociada a diversos elementos, principalmente relacionado con un lugar, un estado-nación y una cultura. Cuando la cultura pasa por un proceso de cambio, bien por difusión o aculturación, se manifiesta la dominante o se produce una nueva, pero en el contexto de la globalización esta nueva cultura es híbrida y estratificada. Un aspecto de la ciudadanía en una sociedad híbrida son las nuevas capas que se definen en el entorno globalizado que van de lo visible a lo invisible. Visible para todo lo que se permite y es legal, como el pasaporte o el derecho a una ciudadanía dentro de un marco económico-político, e invisible para quienes no disponen de ciertos beneficios para acceder a determinado marco territorial económico-político.

Los invisibles, “Top manta en la madrileña Puerta del Sol”. Fuente ABC.es

La ciudadanía se ejerce en las ciudades3 porque es en este espacio donde se establece el sistema de relaciones que le permiten al ciudadano construir el medio físico, su identidad, sus derechos y responsabilidades. La ciudadanía más allá del “estatus” que le otorga un estado a un individuo es la manifestación de la heterogeneidad de relaciones, funciones, actividades y culturas que definen los territorios. Esta diversidad está cada vez más conectada y se hace más evidente gracias a la tecnología de la comunicación, la movilidad y al modelo de producción y consumo.

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Este artículo fue escrito por Sabrina Gaudino para La Ciudad Viva

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